jueves, 11 de febrero de 2010

Crónica de "la jura" (10 de diciembre 2009-Segunda parte)

Primero pasamos por una puerta giratoria que gira demasiado rápido, después por un detector de metales, después por un mostrador y mostramos tarjetita de invitación: dicen hay que subir. Y subimos. Por unas escaleras de marmol de esas que dan miedo que si te caés te desnucás y te morís. Peor que la sandía con vino, que es una muerte más relajada, imagino yo. Al costado del descanso, unas vallas petisas dan a las puertas cerradas que dan a los palcos.
Del otro lado, un hombre enorme de pestañas larquísimas de ceremonial podría ser patovica de boliche pero tiene cara de bueno y acompaña pancho a dos policías vestidos de policías. De este lado, adivinaron, caos otra vez. Gente con sus tarjetitas de invitación en la mano y el Sr Ceremonial que dice que están todos los palcos ocupados, que no hay más lugar. Está claro que vengo a verlo a Iván y que son decenas los diputados nuevos que han traído a su público. El de Iván es escaso, toda la familia quedó en Bahía. Soy la excepción. La tanada argentina se manifiesta acá en una horda concreta de abuelos, abuelas, tíos, tías, padres, nietos, hijos que reclaman pasar. Sr Ceremonial contesta amable que está sobrepasado, la capacidad del lugar no daba para tantas invitaciones. Yo que estoy sola me siento como haciendo la buena acción del día: si hubiéramos venido todos los Budassi quedaría aún menos lugar. Da ternura ver a los familiares como si fueran a ver a un niño en su primer acto escolar, o a un adolescente al que le dan el título: señoras emperifolladas, señores de traje, nenes peinaditos como para cumpleaños.
Yo no entiendo bien qué siento además de ganas de entrar. Un poco de miedo, un poco de emoción, bastante de entusiasmo.
El grado de tolerancia baja cuando la sensación es la de que en cualquier momento empieza la ceremonia y
son pocos los que van pudiendo entrar. Una señora grita que vino desde Tierra del Fuego, se indigna, esto es un bochorno, qué barbaridad.
-¡¡¡Hace 15 horas que estoy viajando, vine especialmente para ver a mi hijo!!!
Todos nos quedamos quietos. Tensión de que acá se arma. La señora tiene rulos de ruleros bien puestos y levanta la voz progresivamente.
Insulta a Sr. Ceremonial que transpira y no contesta, apenas, nervioso, balbucea perdón y que no es su culpa pero se ve que siente culpa.
Señora Rulos no se calma; empeora. Grita y grita. Hasta que propone un juego de simulación que resulta bastante agresivo:
-Bueno, a ver, por qué no hacemos una vaquita entre todos, diez pesos cada uno, para darle al señor, ¿no? ¿No son todos corruptos en este lugar?
Me dio como un sufrimiento: señora, su hijo va a trabajar acá, parece que lo estuviera incluyendo. Claro que la señora no hizo un análisis del discurso previo, pero todos sentimos mucha incomodidad. A mí me asustó un poco sentir en vivo, encarnada incluso en familiar orgulloso, esa pelea simbólica que vamos a tener que dar porque no todo es así, aunque sí, no se bien todavía cómo es y sí claro que me lo imaginaba, ese prejuicio general del trabajo que ahora empezó a hacer Iván.

lunes, 8 de febrero de 2010

el relato fallido y la adaptación

Empecé a escribir sobre una foto que saqué en la primera reunión de equipo con el telefonito nuevo pero fracasé: no la puedo bajar. Traté de instalar el cd que viene en la caja pero me pide un sistema operativo más nuevo. Mi telefonito de siempre es torpe y básico, más limitado y no anticool (que lo es, pero a quién le importa) sino inservible por momentos: un nokia con numeros borrados, golpes y funciones antidiluvianas. Por lo general se me queda sin crédito y no puedo responder mensajes ni llamadas. Raro las cosas que nos dan seguridad. Las que conocemos, ¿no? Bueno, lo digo en este contexto.

Crónica de "la jura" (10 de diciembre 2009-primera parte)

Había policías grandotes con escudos como los que se ven en Avenida de Mayo cuando hay alguna manifestación y una valla pesadísima. Alrededor, la gente invitada para ver la jura de los diputados en la Cámara de La Plata empezaba a hacer fila. Pero la fila se transformó enseguida en un amontonamiento trabado por bastante tiempo bajo el sol del mediodía terrible -acá no es como en Bahía, el calor seco de allá que se soporta más. El lugar común de la humedad asesina es cierto.

Cuando la gente se junta, se separa enseguida o se sincroniza. Como en los recitales el ritmo del pogo, cada uno empezó a levantar su tarjeta de invitación y a quejarse del calor. El policía importante que tomaba las decisiones todavía no daba la orden de abrir. El sonido de fondo eran bombos, gente que apoyaba a Bruera se desparramaba alrededor; los árboles justo no daban sombra donde estábamos nosotros pero ellos se veían relajados bajo las ramas, bien.
A los diez minutos el amontonamiento se transformó en masacote furioso y móvil: la fuerza centrífuga de los empujones de los de atrás y la valla inmóvil termina invariablemente en aplastamiento rotundo.
Y yo, que venía bufando en silencio, no pude más que pedirle dramáticamente al policía que estaba tres centímetros de mi cara como en ese plano del hombre araña y la chica que cuelga, pero cero romántico, sin nada de glamour:
-¡Por favor, señor, por favor, que me están aplastando, me voy a desmayar, déjenos pasar!
Me di cuenta de que a los policías no se les dice "señor" sino algo más específico, "agente" u "oficial"; pensar ese dato en ese momento, era cuanto menos irrelevante.
Después sin querer me salió una voz ronca y furiosa, cuando giré hacia atrás para rogar:
-¡Che, dejen de empujar por favor!- pero parecía que no había ninguna voluntad, el masacote no tenía un líder que pudiera cambiar la dirección y cada uno por separado tampoco sentía que podía evitar nada.
Cuando el policía importante dio la orden, mi cuerpo siguió todo el recorrido de la valla, como un mosquito que queda pegado a una telaraña rígida. Todo el resto pasó a mis espaldas. Entré casi al final, con un zapato menos que recuperé enseguida, despeinada, muerta de calor y desorientada, todavía no sabía bien por dónde había que ir.

imagen negativa

Un amigo editor de un diario, periodista, que en su momento me estimuló para presentarme a una beca para un Taller de Crónica Cultural de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano que dirige Gabriel García Marquez,
casi me da el pésame cuando le dije que iba a trabajar acá.