Primero pasamos por una puerta giratoria que gira demasiado rápido, después por un detector de metales, después por un mostrador y mostramos tarjetita de invitación: dicen hay que subir. Y subimos. Por unas escaleras de marmol de esas que dan miedo que si te caés te desnucás y te morís. Peor que la sandía con vino, que es una muerte más relajada, imagino yo. Al costado del descanso, unas vallas petisas dan a las puertas cerradas que dan a los palcos.
Del otro lado, un hombre enorme de pestañas larquísimas de ceremonial podría ser patovica de boliche pero tiene cara de bueno y acompaña pancho a dos policías vestidos de policías. De este lado, adivinaron, caos otra vez. Gente con sus tarjetitas de invitación en la mano y el Sr Ceremonial que dice que están todos los palcos ocupados, que no hay más lugar. Está claro que vengo a verlo a Iván y que son decenas los diputados nuevos que han traído a su público. El de Iván es escaso, toda la familia quedó en Bahía. Soy la excepción. La tanada argentina se manifiesta acá en una horda concreta de abuelos, abuelas, tíos, tías, padres, nietos, hijos que reclaman pasar. Sr Ceremonial contesta amable que está sobrepasado, la capacidad del lugar no daba para tantas invitaciones. Yo que estoy sola me siento como haciendo la buena acción del día: si hubiéramos venido todos los Budassi quedaría aún menos lugar. Da ternura ver a los familiares como si fueran a ver a un niño en su primer acto escolar, o a un adolescente al que le dan el título: señoras emperifolladas, señores de traje, nenes peinaditos como para cumpleaños.
Yo no entiendo bien qué siento además de ganas de entrar. Un poco de miedo, un poco de emoción, bastante de entusiasmo.
El grado de tolerancia baja cuando la sensación es la de que en cualquier momento empieza la ceremonia y
son pocos los que van pudiendo entrar. Una señora grita que vino desde Tierra del Fuego, se indigna, esto es un bochorno, qué barbaridad.
-¡¡¡Hace 15 horas que estoy viajando, vine especialmente para ver a mi hijo!!!
Todos nos quedamos quietos. Tensión de que acá se arma. La señora tiene rulos de ruleros bien puestos y levanta la voz progresivamente.
Insulta a Sr. Ceremonial que transpira y no contesta, apenas, nervioso, balbucea perdón y que no es su culpa pero se ve que siente culpa.
Señora Rulos no se calma; empeora. Grita y grita. Hasta que propone un juego de simulación que resulta bastante agresivo:
-Bueno, a ver, por qué no hacemos una vaquita entre todos, diez pesos cada uno, para darle al señor, ¿no? ¿No son todos corruptos en este lugar?
Me dio como un sufrimiento: señora, su hijo va a trabajar acá, parece que lo estuviera incluyendo. Claro que la señora no hizo un análisis del discurso previo, pero todos sentimos mucha incomodidad. A mí me asustó un poco sentir en vivo, encarnada incluso en familiar orgulloso, esa pelea simbólica que vamos a tener que dar porque no todo es así, aunque sí, no se bien todavía cómo es y sí claro que me lo imaginaba, ese prejuicio general del trabajo que ahora empezó a hacer Iván.
2 comentarios:
LA queja de la señora me hace acordar a la mamá de Mafalda: "Sunescán, dalúnabuso".
Nunca mejor reescrito que el "Hasta cuando" Capussotesco!
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